Tercer Domingo de Cuaresma

Publicado el 20-03-2017 en Caracas, Venezuela


En los dos primeros domingos de cuaresma se nos han señalado los dos momentos o puntos clave de referencia en nuestro caminar cristiano. El punto de salida o de partida y el punto de arribada. El punto de salida representado y determinado por la lucha contra las tres grandes tendencias, que nos solicitan, nos tientan a todo ser humano. El mismo Jesucristo, como hombre, lo vivió en el desierto, que es lugar simbólico del combate. Lucha, pues, desde la señal de salida, que se nos dio el miércoles de ceniza, para lograr el equilibrio de nuestras tres fuerzas constitutivas de nuestra naturaleza.

Esas tres fuerzas o tendencias o aptitudes son: 1ª fuerza: deseo de tener. Que no nos desborde el deseo desmedido de tener, cayendo en la ambición, avaricia y egoísmo. Hay que dar y darse. Es el remedio para tal mal o tentación. Decimos, tradicionalmente, limosna, que no es nunca dar lo que te sobre, pues eso sería una burla a Dios y un desprecio del pobre. Dar lo que te corresponde, como ciudadano de este planeta. Primero, da LO QUE TIENES, si mucho, mucho, si poco, poco. Pero la verdadera limosna la das cuando das LO QUE ERES

La 2º fuerza o deseo de ser. Que no nos desborde el deseo de prestigio, querer ser más que los demás con soberbia y orgullo, esclavizando y despreciando al prójimo, como si fuéramos nosotros mismos,  dioses. El remedio a ese desorden es la oración íntima, en que descubrimos a Dios y lo reconocemos como Creador y Señor y nosotros solo criaturas. Él es el Señor, nosotros, servidores. Y dejamos de ser así, avasalladores, dominadores de los demás. “Nunca es el hombre más grande, que cuando está de rodillas”, que decía Donoso Cortés.

La 3ª fuerza o deseo de gozar. Que no nos desborde el deseo de placer en el comer, en el beber y en el sentir, con la gula, la embriaguez y la lujuria o impureza. Y con templanza y castidad lograr ese equilibrio y señorío de uno mismo; que no sea la copa de alcohol y todo lo demás quienes rijan tu vida. Que tú mandes en ti y en tu corazón.

Pero todo este empeño de equilibrar nuestras fuerzas y nuestro ser, lo debemos poner, no por simple afán de superación personal, de ser incluso mejores, sino, porque queremos vivir conforme corresponde a la dignidad del  ser humano que ha sido redimido, salvado ya por Jesucristo en la cruz; como ocurre con el hijo del rey, que al tomar conciencia de su categoría, de su condición, de su responsabilidad de príncipe heredero, se esfuerza por tener un comportamiento real. Si en la cuaresma solo luchas por ser una mejor persona, te preparas entonces, para un simple concurso de méritos, pero no para vivir la Pascua, que es transfiguración de tu vida: de humano a divino, de esclavo a ser libre, de criatura a hijo de Dios, de temporal a eterno, de habitar en tinieblas a vivir en la luz esplendorosa, de muerte a nueva vida. Todo ello como Jesucristo en el Tabor, que constituye el punto de llegada, la meta.

Para llegar a ella hay que recorrer este camino de la cuaresma, que es lo mismo que decir, el camino de nuestra vida. Hay que convertirse cada día un poco más; pero fíjate bien, con la confianza de que Dios no romperá su alianza de  esperarnos y salvarnos, aunque nosotros le seamos infieles. El nos estará siempre diciendo: te sigo esperando, te sigo siendo fiel a mi promesa, que le dijo Dios a Abraham, de darle un cielo de estrellas como descendencia y una tierra, manando leche y llena de ganados, y miel, llena de cosechas.

Recordad por un momento lo que nos decían el domingo último: que Dios selló su compromiso, su Alianza, diciendo: “Que quede yo descuartizado, como estos animales, que tu has partido por la mitad y que quede consumido, como yo lo he hecho, al pasar entre ellos, con la tea encendida, si no te soy fiel a mi promesa.”

¡Qué fantástico trabajar y luchar en la cuaresma con esta esperanza ante nuestras debilidades. Hay que convertirse, pues, cuanto antes. No dejarlo para después, pues puede ser algo tarde, si viene el Señor a buscar fruto a la higuera de nuestra vida, como nos lo ha recordado el evangelio de hoy. En esta cuaresma hay que repasar, de verdad, la propia vida para ver qué debemos cambiar y qué cosas nuevas debemos hacer. Nos tenemos que volver a Dios y entregarnos al servicio de todos los hombres, nuestros hermanos. Como Dios lo hace por todos nosotros.

En la primera lectura de hoy, Dios se nos muestra saliendo de sí y dirigiéndose en ayuda de la gente esclavizada. No es un Dios indiferente a la situación de desgracia de los hombres: “he visto la opresión de mi pueblo.. He oído sus quejas…me he fijado en sus sufrimientos…” Y este Dios no se queda con los brazos cruzados, indiferente  e insensible a estas situaciones de necesidad, de miseria y de esclavitud. Este es el ejemplo que nos da Dios. Nosotros nos quedamos insensibles, indiferentes y despreocupados ante los grandes problemas del mundo: el hambre, la guerra, el terrorismo, la degradación moral con la droga, la prostitución... Y lo mismo hacemos ante problemas menores, como los ancianos en nuestras familias o en nuestro barrio o pueblo, los niños sin catequesis, los pobres, que como Lázaro están cerca de nosotros y no los vemos a la puerta de nuestra casa, porque miramos para otra parte; los enfermos sin la atención debida, sin medicinas y solos.

“Voy a bajar a librarlos y a sacarlos de esta tierra de esclavitud, a una tierra fértil y espaciosa”. Nosotros nos quedamos en casa, mirando la televisión. Este ejemplo de Dios nos está pidiendo a cada uno, una entrega vital, para que nuestro ser se transfigure, que es la meta o punto final. No ir, pues, tanto a lo tuyo. No murmurar, no fisgonear, haced alguna obra de caridad: como dialogar más en el matrimonio, ser más responsable en la educación de los hijos y nietos, dar más dinero a causas que lo necesitan, esforzarse por leer sobre todo la Biblia y asistir a algún cursillo sobre la Biblia para aprender y cultivarse más, en nuestra formación cristiana.

En el evangelio de hoy se nos advierte, que debemos convertirnos cuanto antes, no sea que la muerte nos sorprenda, como a aquellos galileos, que Pilatos degolló o aquellos diez y ocho, que murieron, aplastados por el derrumbamiento de la torre de Siloé; porque si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera. Nuestra vida será un desastre. Y Dios, como buen pedagogo, nos lo enseña y advierte con los desastres, que vivimos en nuestros tiempos.

Afortunadamente, Dios, es más indulgente que nosotros y nos protege contra nuestra propia debilidad y abandono. En la parábola de la higuera estéril con que concluyó su charla de aquel día, Jesucristo aparece como el buen viñador,  que intercede por nosotros, que nos concede algunos plazos de tiempo y que nos cultiva. Pero, no lo olvidemos, hay que dar fruto. No se puede ocupar un lugar un sitio en el mundo como un parásito. “Si el año que viene no da fruto, entonces córtala”. Nos han dado un plazo más, un momento de esperanza, con esta cuaresma, que pudiera ser la última, sea mayor o sea joven.

Que en la Eucaristía, en la que nos vamos a encontrar con este buen viñador, le demos gracias de todo corazón  y le pidamos que nos haga sensatos con la sabiduría que hay en su Palabra, para que demos frutos.

Artículos Similares